miércoles, 31 de agosto de 2011

¿Otra vez el problema de las Españas?

I

- ¿Qué me dice don Luis del adelanto de las elecciones?

- ¿Qué quiere que le diga don Mariano?! Cual torna la cigüeña al campanario, parece que los que van a volver son los conservadores. ¡ay, esta pobre España!

- No se le ve muy optimista don Luis.

- Optimismo en estos momentos sería algo más que un mal chiste. Cuando en los pueblos de España no se vota con la fuerza de la razón, sino con la pasión ciega, con una rabieta infantil contra los liberales, poco podemos esperar.

- La gente está cansada de más de lo mismo, parece querer un cambio a toda costa

- Ve usted, aún me dice la gente y no el pueblo, o la ciudadanía… ¿De qué cambio me habla? En este país no hay alternativa política, solo alternancias en el poder. No saldremos nunca del canovismo, de la España carvenícola. Aunque le digo que si el Monarca tuviese que elegir gobierno, elegiría a los liberales que hasta ahora han mantenido y modernizado más su reino que los conservadores.

- Parece que se ha vuelto monárquico con ese comentario.

- Ya sabe que sigo creyendo en una sociedad sin jerarquías y sin Estado. Sólo que viendo el panorama actual parece más lógico posicionarse. Reflexionar sobre el estado actual de la cosas para poder actuar con coherencia es más necesario que nunca; aunque siempre es necesario.

II

- Entonces qué, ¿ganará el PSOE o el PP?

- (Risas a carcajadas)

Amy Winehouse. Animal de compañía

Me gusta mucho tu peinado, Amy. Es como si llevaras un nido de cigüeña en la cabeza, como si estuvieras invitando a todas las cigüeñas del mundo a interrumpir sus vuelos migratorios y a empollar sus huevos allá donde anidan tus pensamientos, que inevitablemente serán pensamientos de una cabeza a pájaros, benditos pensamientos que ensayan un revoloteo aturdido antes de lanzarse al vacío, pensamientos mil veces descalabrados y mil veces sostenidos en vilo, como polluelos que aun no han aprendido a agitar las alas. Me gusta la caída de tu cabello, como un río fosco y desbordado que no encuentra desembocadura, un río precipitándose hacia no sabe dónde, allá donde los geógrafos se quedaron sin brújula.

Me gustan muchos tus ojos, excesivos y atolondrados, vulnerados de una secreta tristeza, a veces visitados por una luz que viene del cielo y a veces embarcados en tortuosas expediciones al abismo. Me gusta su claridad ofuscada, su candor de trigo y su dolor de lenta espina, me gusta también como te los maquillas, con ese espolón de rímel que, en la soledad de los camerinos, te hará llorar unos lagrimones negros, lagrimones de yacimiento carbonífero, lagrimones de minero que se han extraviado en los pasadizos de una mina y siente que empieza a faltarle el aire. E imagino que nunca te los enjugarás, dejarás que se sequen sobre tus mejillas como zarpazos de sombra. Tears dry on their own.

Me gusta tu perfil de máscara trágica, tu nariz griega que embiste la vida, me gusta el lunar que tienes en el bozo, como una palabra tozuda que aún aguardase a ser pronunciada. Me gustan tus labios cuando esbozan un mohín enfurruñado, cuando ensayan una sonrisa irónica o desvanecida, me gustan sobre todo cuando se fruncen pensativos o hastiados, y me gustan cuando dejan asomar tus dientes indescifrables, dientes de niña que ha probado ninguno porque en el fondo le aburren. Me gustan tus labios de musa bestial o musa desgalichad, según la estación, tus labios anémicos o restallantes de sangre, según como fuera la noche, tus labios apretados de vida o arañados de muerte, según el dictado del corazón.

Me gusta tu barbilla breve y compungida, me gusta tu cuello como el cisne estrangulado del modernismo, me gustan tus clavículas como arbotantes de un templo de ruido, me gustan los tatuajes de tus brazos porque me recuerdan las calcomanías que nos poníamos de niños, primaverales y jeroglíficas. Me gustan tus brazos que cogen el micrófono desganadamente o se agarran a él como si fuera el último asidero en la zozobra, me gusta tu cuerpecillo tan atareado de paraísos artificiales, me gustan tus rodillas maltrechas y penitentes, me gustan tus piernas en las que vuelve a asomar la cigüeña que anidó en tu pelo, pero ahora es una cigüeña que lleva plomo en las alas y apenas se sostiene, que se tambalea y se quiebra y se embarulla.

Me gustan tus andares en el escenario, me gustan cuando estás serena y cuando estás borracha, me gustan porque son descangallados y son también garbosos, y creo que en este garbo descangallado es donde reside el secreto de tu belleza, que no es distinto. Me gusta que te pasees ebria por el escenario, me gusta que te recojas un poco la falda al cantar, porque eres la única mujer que cuando se recoge la falda parece estar ensayando un gesto pudoroso o desvalido. Me gusta la letra de tus canciones y me gusta que se te olvide la letra de tus canciones; me gusta que llegues descompuesta a los conciertos y que hagas mutis por el foro sin avisar; me gusta tu nobleza juvenil y tus resabios de vieja presentida; me gustas ahora que estás flacucha y me gustabas antes cuando estabas un poco más rellenita. Me gustas porque eres caótica, y como degajada de tí misma, porque pareces hecha de añicos que nadie se atrevería a recomponer; me gustas porque me inspiras la idea quimérica de que yo sabría recomponerlos, la idea suicida de fundirme en tu caos.

Me gusta tu voz en la que están el insomnio de la sangre y el óxido de los días. Me gusta escucharte cuando estoy solo, en la noche sin estrellas, y me gusta escucharte cuando estoy acompañado, en los lentos crepúsculos. Pero, esté solo o acompañado, siempre imagino que estás a mi lado.

Me gustas mucho, Amy Winehouse, pero no lo sabes ni lo sabrás nunca. Ni falta que te hace.

Texto de Juan Manuel de la Prada publicado en El Semanal el 20 de Julio de 2008

www.juanmanueldelaprada.com