domingo, 11 de enero de 2009

Cornelius Castoriadis.EL IMAGINARIO SOCIAL INSTITUYENTE

Cornelius Castoriadis. El Imaginario Social Instituyente.
Zona Erógena. Nº 35. 1997.
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EL IMAGINARIO SOCIAL INSTITUYENTE
CORNELIUS CASTORIADIS
La idea del imaginario social instituyente parece difícil de aceptar,
y esto es comprensible. La misma situación se presenta cada vez que
hablamos de una “potencialidad”, “facultad”, “potencia”. Porque
nunca conocemos más que manifestaciones, efectos, productos -no
aquello que son las manifestaciones. De allí las críticas a las
concepciones de las “facultades del alma” -pero, dejando de lado el
vocabulario, no queda claro qué se gana al hablar de “funciones”.
Evidentemente, lo mismo sucede con la imaginación. No podemos
aprehenderla con nuestras manos, ni colocarla bajo un microscopio.
Sin embargo, todo el mundo acepta que se hable de ella. ¿Por qué?
¿Porque podríamos indicarle un sustrato? ¿Y ese sustrato, podríamos
colocarlo bajo un microscopio? No, pero cualquiera tiene la ilusión de
comprender, porque cree saber que hay un “alma”, y cree “conocer”
sus actividades.
Digamos que la imaginación es una “función” de este alma (e
incluso del “cerebro”, aquí no molesta). ¿En qué consiste esa
“función”? Entre otras cosas, como hemos visto, en transformar las
“masas y energías” en cualidades (de manera más general en hacer
surgir un flujo de representaciones, y -en el seno de éste- ligar
rupturas, discontinuidades), en saltar del gallo al burro y de mediodía
a las dos de la tarde. Nosotros reagrupamos estas determinaciones
del flujo representativo (más comúnmente, del flujo subjetivo,
consciente o no consciente) en una potencia, una dunamis, diría
Aristóteles, un poder-hacer-ser adosado siempre sobre una reserva,
una provisión, un plus posible. La familiaridad inmediata con este
flujo suspende la sorpresa frente a su existencia misma y a su
extraña capacidad de crear discontinuidades al mismo tiempo que las
ignora al enlazarlas.
Es comprensible que sea este último aspecto, el salto, lo
inesperado, lo discontinuo, el lugar por el cual se acuña la potencia
creadora de la imaginación. Esta potencia resta inasible para
Aristóteles y para Kant (también para Fichte, Heidegger y
Merleau-Ponty). Y es exactamente este mismo aspecto -los saltos, las
rupturas, las discontinuidades- el que durante milenios los hombres
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han imputado a la intervención de un espíritu o de un dios (lo cual
constituye aún claramente la disposición del hombre homérico y
determina la reflexión de Platón sobre la poesía, cuando la atribuye a
una “furia divina”).
El grado de dificultad en lo referente al imaginario social
instituyente es otro. Nos encogemos de hombros frente a la idea de
un campo de creación social histórica; pero haremos como que
aceptamos -a pesar de que o justamente porque no entendemos
nada- la “explicación” de los físicos de la luz como propagación de
una vibración electromagnética en el vacío, vibración de nada que
vibra, propagación de alguna cosa en la no-cosa. La idea de que
existirían “sedes” de creación en el todo colectivo humano, más
exactamente: que todo colectivo humano sería una sede tal, que se
extendería en un campo de creación englobador, que incluiría los
contactos y las interacciones entre los campos particulares pero sin
ser reducible a ellos, parece inaceptable o absurda.
En este rechazo irreflexivo juegan principalmente dos factores:
por un lado, la limitación de la ontología heredada a tres tipos de
seres -la cosa, la persona, la idea. A partir de allí nos volvemos
ciegos frente a la imposibilidad de reducir lo social histórico a una
colección o combinación de estos tres tipos de seres. Por otra parte,
la idea de creación. Esta -que sin embargo forma parte de la
experiencia de cada uno, si prestamos atención al flujo de nuestras
representaciones- parece increíble. Y, en efecto, cuanto más creíbles
son las explicaciones de la historia universal a partir de la economía
de la salud, del nacimiento de la democracia griega por la geografía
del país, de la música de Wagner por el estado de la sociedad
burguesa hacia 1850! No emprenderé aquí la refutación de estos
absurdos porque ya he hablado mucho de ello en otras ocasiones.
Ya he consagrado un libro y muchos textos a la cuestión del
imaginario social instituyente. Recuerdo para comenzar aquello que
hace que sea imposible no tomar en cuenta lo social histórico, tanto
para la filosofía como para el psicoanálisis.
Por el lado de la filosofía, la discusión puede ser breve. Comienzo
por un aspecto al parecer específico: el del lenguaje. La filosofía, y el
pensamiento en general, no pueden existir sin el lenguaje -o al
menos, sin fuertes lazos con éste. Pero toda producción primordial,
individual o “contractual”, del lenguaje es un absurdo histórico y lógico.
El lenguaje no puede ser otra cosa que la creación espontánea de
un colectivo humano. Lo mismo es cierto para todas las instituciones
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primordiales, sin las cuales no hay vida social, por lo tanto tampoco
seres humanos.
Pero la cosa va más allá del hecho de que el pensamiento
presupone al lenguaje y que el lenguaje es imposible fuera de la
sociedad. El pensamiento es esencialmente histórico, cada
manifestación del pensamiento es un momento en un
encadenamiento histórico y es también -si bien no exclusivamentesu
expresión. De la misma manera, el pensamiento es esencialmente
social, cada una de sus manifestaciones es un momento del medio
social; procede, actúa sobre él, lo expresa, sin ser reducible a ese
hecho.
Lo que nos obliga a tomar en cuenta lo social histórico es el
hecho de que constituye la condición esencial de la existencia del
pensamiento y la reflexión. Esta condición no es de ninguna manera
“exterior”, no pertenece a la infinidad de condiciones necesarias pero
no suficientes que subyacen a la existencia de la humanidad. Es una
condición “intrínseca”, una condición que participa activamente de la
existencia de aquello que condiciona. Es para el pensamiento del
mismo orden que la existencia de la psique singular. La psique no
alcanza para que haya pensamiento y reflexión, pero es parte de
ambos; mientras que la gravedad, por ejemplo, condiciona de mil y
una maneras la existencia humana, pero no es parte de ella. En otras
palabras, lo que llamé condición intrínseca pertenece a lo que está
también expresado por lo condicionado.
La investigación acerca del engendramiento de la reflexión en y
por lo social histórico es exigible entonces a la filosofía, del mismo
modo que la investigación del engendramiento del pensamiento en el
ser humano singular.
En cuanto al psicoanálisis, el individuo que éste encuentra es
siempre un individuo socializado (al igual, por supuesto, que el
individuo que lo practica). No encontramos nunca individuos
psicosomáticos en estado “puro”; no encontramos más que individuos
socializados. El núcleo psíquico se manifiesta raramente, e incluso
entonces indirectamente. En sí mismo, constituye el límite
perpetuamente inalcanzable del trabajo psicoanalítico. Yo (moi),
superyo, ideal del yo, son impensables, salvo en tanto productos (a lo
sumo, co-producidos) del proceso de socialización. Los individuos
socializados son fragmentos hablantes y caminantes de una sociedad
dada; y son fragmentos totales; es decir que encarnan -en parte
efectivamente, en parte potencialmente- el núcleo esencial de las
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instituciones y de las significaciones de su sociedad. No hay oposición
entre el individuo y la sociedad, el individuo es una creación social, al
vez en tanto tal y en su forma social histórica dada cada vez. La
verdadera polaridad es la polaridad sociedad/psique (la psique-soma
en el sentido dado más arriba). Sociedad y psique son a su vez
irreductibles una a la otra, y realmente inseparables. La sociedad
como tal no puede producir almas, la idea no tiene sentido. Una
asamblea de almas no produciría una sociedad, sino una pesadilla de
Jérôme Bosch. Una asamblea de individuos, por el contrario, puede
producir una sociedad (por ejemplo, los pasajeros del Mayflower) ya
que esos individuos ya están socializados (de otro modo, no
existirían, incluso biológicamente).
La socialización no es una simple adjunción de elementos
exteriores a un núcleo psíquico que quedaría inalterado; sus efectos
están inextricablemente entramados con la psique que sí existe en la
realidad efectiva. Esto vuelve incomprensible la ignorancia de los
psicoanalistas contemporáneos respecto de la dimensión social de la
existencia humana.
La cuestión de la sociedad -e indisociablemente de la historia- es
evidentemente inmensa, y yo no intentaría resumir aquí lo que ya he
expuesto en otros lugares. Me limito a algunos puntos, ya sea
directamente pertinentes al tema que discutimos (el imaginario social
instituyente), o bien relativos a las restricciones a las que está
sometida la constitución imaginaria de la sociedad, que no tuve
ocasión de tratar hasta ahora.
La sociedad es creación, y creación de sí misma autocreación. Es
la emergencia de una nueva forma ontológica -un nuevo eidos- y de
un nuevo nivel y modo de ser. Es una cuasi totalidad cohesionada por
las instituciones (lenguaje, normas, familia, modos de producción) y
por las significaciones que estas instituciones encarnan (tótems,
tabúes, dioses, Dios, polis, mercancía, riqueza, patria, etc.). Ambas
-instituciones y significaciones- representan creaciones ontológicas.
En ningún otro lado encontramos instituciones como modo de
relación que mantengan la cohesión de los componentes de una
totalidad; y no podemos “explicar” -producir causalmente o deducir
racionalmente- ni la forma institución como tal, ni el hecho de la
institución, ni las instituciones primarias específicas de cada sociedad.
Y en ningún otro lado encontramos significación, es decir, el modo de
ser de una idealidad efectiva y “actuante”, de un inmanente
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imperceptible -así como no podemos “explicar” la emergencia de las
significaciones primarias (el Dios hebreo, la polis griega, etc.).
Hablo de autocreación, no de autorganización. En el caso de la
sociedad, no encontramos un ensamblado de elementos
preexistentes, cuya combinación podría haber producido cualidades
nuevas o adicionales del todo. Los cuasi (o pseudo) “elementos” de
una sociedad son creados por la sociedad misma. Porque Atenas
existe, son necesarios atenienses y no “humanos” en general; pero
los atenienses son creados solamente en y por Atenas. De este modo,
la sociedad es siempre autoinstitución -pero para la casi totalidad de
la historia humana, el hecho de esta autoinstitución ha sido ocultada
por la institución misma de la sociedad.
La sociedad como tal es autocreación; y cada sociedad particular
es una creación específica, la emergencia de otro eidos en el seno del
eidos genérico “sociedad”.
La sociedad es siempre histórica en sentido amplio, pero propio,
del término: atraviesa siempre un proceso de autoalteración, es un
proceso de autoalteración. Este proceso puede ser, y ha sido casi
siempre, lo suficientemente lento como para ser imperceptible. Pero
en nuestra pequeña provincia sociohistórica ha sido, durante los
últimos 400 años, más rápido y violento. La pregunta acerca de la
identidad diacrónica de una sociedad, la cuestión de saber cuando
una sociedad deja de ser “la misma” y deviene “otra” es una
pregunta histórica concreta a la cual la lógica habitual no puede
ofrecer respuesta (son la Roma de la primera República, la de Marius
y Sylla, etc., “la misma Roma”?).
Como no son producibles causalmente, ni deductibles
racionalmente, las instituciones y las significaciones imaginarias
sociales de cada sociedad son creaciones libres e inmotivadas del
colectivo anónimo concernido. Son creaciones ex nihilo, no cum
nihilo. Esto quiere decir que son creaciones con restricciones.
Menciono las más importantes de estas restricciones
Existen restricciones “externas” -especialmente las impuestas por
el primer estrato natural el estrato de lo vivo y lo que le es
accesible), incluida la constitución biológica del ser humano. Estas
restricciones son esencialmente triviales (lo cual no quiere decir que
no tengan importancia): la sociedad es, cada vez, condicionada por
su hábitat natural, por ejemplo, pero no está “causada” por éste. En
la medida en que el primer estrato natural contiene, en un grado
decisivo, una dimensión conjuntista-identitaria (dos piedras y dos
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piedras hacen cuatro piedras, un toro y una vaca engendrarán
siempre terneros y vaquitas, y nunca pollos, etc.) la institución social
debe recrear esta dimensión en su “representación” del mundo y de
sí misma, es decir en su mundo propio, su Eigenwelt. Dicho de otro
modo, la institución de la sociedad recrea, siempre y
obligatoriamente, una lógica suficientemente correspondiente a esta
lógica “ensídica” (lo cual le permite sobrevivir como sociedad) bajo la
égida de las significaciones imaginarias sociales instituidas cada vez.
Esto le permite crear un mundo dotado de sentido (diferente cada
vez). Esta lógica ensídica social (como las significaciones imaginarias
instituidas cada vez) le son impuestas a la psique durante el largo y
penoso proceso de la fabricación del individuo social. La dimensión
ensídica está presente, de manera evidente, también en el lenguaje;
corresponde al lenguaje en tanto código, es decir en tanto
instrumento cuasi unívoco del hacer, del contar y del razonar
elementales. El aspecto de código del lenguaje (un gato es un gato)
se opone a -pero está inextricablemente unido a- su aspecto poético
portador de significaciones imaginarias propiamente dichas (Dios es
una persona en tres, etc.). A estas restricciones “externas”
corresponde la funcionalidad de las instituciones, en particular
aquellas que conciernen a la producción de la vida material y la
reproducción sexual.
Existen restricciones “internas”, que provienen de la “materia
primera” a partir de la cual la sociedad se crea a sí misma, es decir,
la psique. La psique debe ser socializada, y para ello debe
abandonarse más o menos a su mundo propio, sus objetos de
investidura, aquello que para ella hace sentido, a investir objetos,
orientaciones, acciones, roles, etc., socialmente creados y valorados.
Debe abandonar su tiempo propio a insertarse en un tiempo y un
mundo públicos (tanto “naturales” como “humanos”). Cuando
consideramos la increíble variedad de sociedades que conocemos (y
que sin duda no son más que una ínfima parte de las sociedades que
hubo y habrá) nos vemos casi obligados a pensar que la sociedad
puede hacer de la psique lo que quiera-volverla poligámica,
poliándrica, monógama, fetichista, pagana, monoteísta, pacífica,
belicosa, etc. Mirando más de cerca, constatamos que esto
efectivamente es cierto, siempre que se cumpla una condición: que la
institución ofrezca a la psique un sentido -un sentido para su vida, y
para su muerte. Esto se cumple para las significaciones imaginarias
sociales, casi siempre religiosas, que entretejen juntas el sentido de
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la vida y la muerte del individuo, el sentido de la existencia y de las
maneras de hacer de la sociedad considerada el sentido del mundo
como totalidad.
Hay restricciones “históricas”. No podemos sondear el origen de
las sociedades, pero ninguna sociedad de la cual podamos hablar
emerge in vacuo. Existen siempre, aunque sea fragmentarios, un
pasado y una tradición. Pero la relación con este pasado forma parte
ella misma, en sus modalidades y en su contenido, de la institución
de la sociedad. De este modo, las sociedades arcaicas o tradicionales
intentan reproducir y repetir el pasado casi literalmente. En otros
casos, la “recepción” del pasado y la tradición es, al menos en parte,
fuertemente consciente; pero esta “recepción” es, de hecho,
recreación (la moda actual la llamaría “reinterpretación”). La tragedia
ateniense “recibe” a la mitología griega, y la recrea. La historia del
cristianismo no es más que la historia de las “reinterpretaciones”
continuas de los mismos textos sagrados, con resultados -cada vezviolentamente
diferentes. Los Griegos clásicos son objeto de un
“reinterpretación” incesante en occidente desde al menos el siglo
XIII. Esta recreación está hecha siempre, evidentemente, según las
significaciones imaginarias del presente -pero evidentemente también
lo “reinterpretado” es material dado y no indeterminado. Es
instructivo, sin embargo, comparar lo que hacen con la misma
herencia griega los bizantinos, los árabes y los europeos occidentales.
Los bizantinos se contentaron con conservar los manuscritos,
agregando comentarios y notas aquí y allí. Los árabes utilizaron
solamente los textos científicos y filosóficos, ignorando el resto -tanto
los escritos políticos como la poesía. Los europeos occidentales
lucharon con los restos de esa herencia durante ocho siglos, y no
parece que esto esté por terminar.
Finalmente, hay restricciones “intrínsecas”, las más interesantes
de todas. No puedo evocar más que dos:
Las instituciones y las significaciones imaginarias sociales deben
ser coherentes. La coherencia tiene que ser estimada desde un punto
de vista inmanente, es decir, en relación a las características y a los
principales “impulsos” de la sociedad considerada; teniendo en cuenta
el comportamiento conforme a los individuos socializados, etc. La
construcción de pirámides mientras gente moría de hambre es
coherente cuando se la remite al conjunto de la organización social y
de las significaciones sociales imaginarias del Egipto faraónico o de la
Mesoamérica maya.
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La coherencia no excluye de ningún modo las divisiones, las
oposiciones y las luchas internas. Las sociedades esclavistas o
feudales son totalmente coherentes. Las cosas cambian con las
sociedades capitalistas, en particular las maduras. Pero en este caso
hay una novedad histórica que surge de otra discusión. La coherencia
no está, en general, puesta en peligro por “contradicciones” entre la
dimensión estrictamente imaginaria y la dimensión
conjuntista-identitaria de la institución, porque -como regla generalla
primera está por sobre la segunda. De este modo, la aritmética y el
comercio no han sido perturbados en las sociedades cristianas por la
ecuación fundamental (mucho más importante que la aritmética) del
1=3 implícita en el dogma de la Santa Trinidad.
Aquí corresponde citar también la implicación imaginaria
recíproca de las “partes” de la institución y de las significaciones
imaginarias sociales. No se trata sólo de sus dependencias recíprocas
pseudo-“funcionales”, sino más bien de la unidad y el parentesco
sustantivo y enigmático entre los artefactos, los regímenes políticos
las obras de arte y -por supuesto- los tipos humanos de una misma
sociedad y un mismo período histórico. Es inútil recordar que toda
idea de explicación “causal” o “lógica” de esta unidad está privada de
sentido.
Por otra parte, las instituciones y las significaciones imaginarias
sociales deben ser completas. Esto es clara y totalmente así en las
sociedades heterónomas, determinadas por el cierre de la
significación. El término “cierre” debe ser tomado aquí en su sentido
estricto, matemático. Las matemáticas dicen de un cuerpo algebraico
que está cerrado si para toda ecuación escrita con los elementos del
cuerpo las soluciones son también elementos del cuerpo. Toda
interrogación que tenga un sentido en el interior de un campo cerrado
reconduce a través de su respuesta al mismo campo. Del mismo
modo, en una sociedad cerrada, toda “pregunta” que pueda ser
formulada en el lenguaje de la sociedad tiene que poder encontrar
una respuesta en el interior del magma de significaciones imaginarias
sociales de esa sociedad. Esto implica que las preguntas que conciernen
a la validez de las instituciones y de las significaciones
sociales no pueden, simplemente, ser planteadas. La exclusión de
estas preguntas está asegurada por la posición de una fuente
trascendente, extra-social de las instituciones y las significaciones: es
decir, de una religión.
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Algunos comentarios adicionales en relación al término
significaciones imaginarias sociales ayudarán a evitar malentendidos.
Elegí el término “significaciones” porque me parece el menos inapto
para expresar lo que quiero. Pero no debe ser tomado de ningún
modo en un sentido “mentalista”. Las significaciones imaginarias
sociales crean un mundo propio para la sociedad considerada, son en
realidad ese mundo: conforman la psique de los individuos. Crean así
una “representación” del mundo, incluida la sociedad misma y su
lugar en ese mundo: pero esto no es un constructum intelectual; va
parejo con la creación del impulso de la sociedad considerada (una
intención global, por así decir) y un humor o Stimmung específico -un
afecto o una nebulosa de afectos que embeben la totalidad de la vida
social. Por ejemplo, la fe cristiana es una pura creación histórica,
totalmente específica, que implica “visiones” particulares (ser amado
por Dios, salvado por él, etc.) y sobre todo afectos particulares y
extraños, que hubieran sido totalmente incomprensibles (y
aberrantes -moria, dice, de manera característica, San Pablo) para
todo griego o romano clásico (y también para todo chino o japonés).
Y esto es comprensible, si recordamos que la sociedad es un ser por
sí misma.
Traducción del francés: LUCIANA VOLCO

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