miércoles, 7 de enero de 2009

Marie Laffranque, anecdotario

MARIE LAFFRANQUE: ANECDOTARIO


Sé que existo porque me imaginas… (Ángel González)
El imaginarte hace la existencia más humana.


Estudiar y analizar a Marie Laffranque podría seguirse bajo las pautas generales de la autora en la época, la vida, la obra. De este modo tendríamos una mejor imagen del gran legado que nos deja. Como muchos de sus trabajos, de sus personajes, su existencia aguarda, oculta, para brillar con luz propia.

Ahora, dejaremos la Época para la historia y sus cuentistas; La Vida, para la biografía y sus narraciones. Y la Obra, para las bibliotecas y las academias.

Lo que hoy me gustaría traer aquí entre nosotras y entre nosotros no es a una Marie Laffranque erudita y sabia, quisiera traer a una mujer en carne y hueso, esa mujer de tamaño pequeño que mostraba la grandeza de la sonrisa y el compromiso; y aún más modestamente, contar fragmentos de experiencias vividas, sentidas y compartidas.

I

La familia Laffranque: Fernande, Marie y Paul.

No me extenderé en hablar de las virtudes de estos personajes singulares, ejemplares e irremplazables, aunque algún día habrá que hacerlo.

Los valores de solidaridad, tolerancia, diálogo, equidad, alegría no dicen nada si no se acompañan de anécdotas que pongan de manifiesto esos gestos. Algunos de ellos saldrán por entre estas líneas.

Años 50, el origen.

Érase una vez que la familia Laffranque realizó un viaje, mitad placer, mitad estudio, al sur de España. Escogieron para la ocasión en la costa subtropical de Granada, un pueblecito –entonces- de pescaores –aún sus barcas adornadas con semblanzas fenicias- y agricultores que se ocupaban del valle con sus productos únicos: chirimoyas, aguacates, guayabas, papayas, kiwi -productos algunos de los cuales no eran consumidos por los sexitanos, si no hubiese sido por la escasez en los años de las hambres- Y de todo tipo de hortalizas y productos de la vega.

Se hospedaban en un hotelito en la misma orilla del mar, de ese mar azul mediterráneo de aguas cristalinas. Tanta quietud de las aguas no nos puede hacer olvidar las mareas.

La hostería tomaba el nombre del mar al que se asomaba. En él llevaban tiempo sirviendo Teresa y su hija Matilde. Matilde estaba en la flor de su juventud. Culta a pesar de los tiempos, guapa, elegante y siempre generosa. Lucia una hermosa cabellera ondulada con destellos aún pelirrojos; a veces sostenía su pelo con guirnaldas de flores frescas que hacían resaltar aún más su belleza.

Realizadas todas las tareas del hotel, Matilde solía asomarse a la azotea. Ver el contraste del azul del mar y el celeste embriagado del cielo era de sus momentos más íntimos.

Ese día ni el mar ni el cielo tenían su color habitual. El aire de poniente había refrescado la atmósfera y traído algunas nubes. Apoyó sus codos y antebrazos sobre la baranda, pensó que iban a venir las lluvias.

Oteando el paisaje observó que en el poyete de la pequeña terraza de la planta baja, se encontraba una joven francesa que se había instalado el día anterior con sus padres. Iba en silla de ruedas. Ésta se encontraba junto a ella mientras dibujaba con su mano derecha el ondear de las nubes y sentía el roce del viento que había dejado de ser brisa. Matilde ensimismada en el paisaje.

De súbito, las gotas agradecidas por el rostro se tornaron en lluvia; como si despertara del sueño, miró hacia la figura de María. Ésta permanecía quieta, enfundando su cuerpo en agua y viento. Aún no había arrancado a correr cuando divisó en la lejanía unas grandes olas que inundaban todo con su ruido su volumen y su grandeza.

Para la joven Matildita saltar los escalones de dos en dos o de tres en tres no resultaba difícil. Como una centella salió hasta la terraza circular, se dirigió hasta María que permanecía estoicamente con una sonrisa en los labios, la cogió fuerte con sus brazos, entre ellos, y pegada a su pecho la llevó hasta la sala de la plancha.

(Durante mucho tiempo, era habitual entre las hermanas y hermanos recordar este hecho con mayor heroicidad y romanticismo:
…en ese momento Matildita bajó los peldaños volando, incluso se deslizó por la balaustrada de madera, lo cual le hacía parecer aún más ligera. Sin pararse a pensar en la tempestad, la ventolera o la lluvia tropical, se abalanzó hasta María, la cogió en brazos, María la enganchó con su brazo izquierdo por la nuca. Sus miradas se cruzaron, se les escapó una gran sonrisa. En ese instante una gran ola las sacudió, las envolvió y las derribó al suelo. Las dos mujeres se habían quedado fundidas en una sola. Matilde se levantó con ella en brazos, la acarició hasta dejarla entre sus senos y así fueron hasta el cuarto de la plancha….)

Una vez en la habitación, Matilde desnudó a María, la frotó con calor y cariño y sin darse cuenta, las dos amigas habían entonado la misma cancioncilla que andaba de moda esos días en la radio, la vida en rosa. Desde entonces fueron amigas inseparables. No habiendo acabado sus vacaciones, María también conoció al pretendiente de Matilde, Mariano. De este modo sencillo surgió una historia de amor, de amistad y de familia.






II

La amistad creció con el tiempo, maduró; también la familia.

A un mismo tiempo, la actividad intelectual de Marie se encuentra en máxima efervescencia. Y desde su orígenes, en el ámbito de la investigación, su mirada no iba a estar dirigida hacia personajes de mayor lustre; son los personajes olvidados, los ensombrecidos, los recónditos, esos personajes que se dirían no ocupan los grandes libros de historia.

Desde su origen sentimos que la mirada de la autora es una mirada desde y hacia la heterodoxia. Si escoge para su tesis a un filósofo estoico de última fila, no es sólo por que en él pueda encontrar algunos proverbios para ir haciendo su propio edificio, si no también movida por ese afán de hacer visible lo que políticamente correcto se mantiene oculto, desaparecido.

En los años sesenta encontró otro personaje, amén de tantos otros, que le servía para su polémica desde los márgenes, sólo que esta vez iba a escoger a un autor de primera fila: Federico García Lorca. ¿Por qué un autor de primera fila? Por que el autor, había cometido el error de nacer fuera de su tiempo y supo expresar -en su actividad, en su vida y en su obra- lo que de otra manera hubiera quedado en el olvido. Era un personaje de primera fila al que se le habían puesto demasiadas máscaras; entonces Marie se imbuye de ese coraje suyo tan característico y con la alegría a flor de piel, comenzó a hacer continuos y más o menos prolongados viajes a Granada.

La llegada de María era un júbilo para Matilde, Mariano y sus hijos. Lo que de continuo parecía más una posada que un hogar familiar – un día sí y otro también, la casa estaba ocupada o por alguno del pueblo en tránsito o algún pariente lejano que se hospedaba dos o tres días con sus petates y sus muletillas de pañuelos anudados-, con Marie era la Torre de Babel.

En esas estancias Marie, fuera de los compromisos de estudios, editores, había encontrado en sus amigos la mejor llave para entreverar caminos y poder mimetizarse entre las poblaciones más marginales: gitanos, antiguos sindicalistas y políticos clandestinos, los más empobrecidos y desahuciados del “nuevo orden” y -a esas alturas- del desarrollismo. Especial hincapié siempre, pero sin bandera, en la situación de las mujeres, de su existencia.

Para las hijas e hijos era una fiesta.

Lo primero era preparar el dormitorio que ocuparía. Afortunadamente los dormitorios tenían una altura casi infantil, lo que facilitaba el movimiento a María. Se le disponía todo al alcance de su mano.
Después el continuo desfilar de personajes de todo tipo y condición social. Entrando y saliendo; unos venían con problemas personales, laborales, económicos, otros para realizar consultas eruditas, otros para saludar a la generosa amiga.

De este modo la casa tomaba un orden más anárquico.

Emocionantes esas horas de medio día cuando las dos amigas canturreaban la una en la cocina, la otra recostada. Fue en unas de esas horas cuando Marie pasó a llamarse Mariquilla y días más tarde, después de una noche de jarana, cuando aprendió el significado de “gamberra” e hizo de esta palabra, su apellido. Durante unos días sólo se el podía llamar Mariquilla la Gamberra, eso era un tronar de risa por toda la casa, sobre todo entre los más pequeños que aún pensaban que se trataba de una palabrota.

Las atenciones a cada miembro de la familia tenían su liturgia.

Con María la Gamberra además, venían todo tipo de noticias de actualidad. Los objetores de conciencia, la situación en las cárceles españolas, noticias sobre el exilio en Francia, sobre los anarquistas de Toulouse, su visón de los acontecimientos del 68 en Francia…

Terminó su obra sobre Federico y sus ideas estéticas –el mejor estudio sobre la Estética del autor y con posible traducción al español por estas fechas- y siguió en su incansable labor de hispanista hasta esa hermandad con María Zambrano.

Jamás ante nadie alardeó de sus vastísimos conocimientos ni de todos los personajes ilustres del siglo XX que ocupaban su agenda y sus epístolas.

¡Todas y todos tan iguales ante ella!



III

ASTÉ


Fue en el comienzo de la década de los 70 cuando Mariquilla volvió a Granada. Para entonces Matilde y Mariano ya tenían sus cuatro hijas y sus dos hijos. La relación entre María y los hijos de sus amigos era la de una segunda madre o la de una tita maravillosa.

Los aires frescos y revueltos del 68 también ventearon los ambientes universitarios y obreros en España. El tercero de los hijos, yo mismo, había tenido una participación activa en la realización de huelgas y sentadas en la Universidad Laboral de Córdoba. Esto le costó la expulsión y el enfado normal en la familia. De tal modo que el Padre no sabía cómo hablarle a su hijo –ideológicamente estaba de acuerdo pero ni los tiempos ni la economía permitían que el hijo fuese señalo por posible “rojo” y la escolarización no estaba al alcance de su bolsillo- y Matilde estaba jugando el papel de mediadora, que de alguna forma siempre juegan o jugaban las madres.

Comenzó entonces la gran amistad entre María y el hijo. Matilde pidió a su amiga que hablara con los dos cabezones. Ella lo haría, como siempre, a su manera. Y el resultado fue que Marianito la acompañaría en su regreso a Francia. El crío no se lo creía.
Primera escala en Madrid. Isabel García Lorca nos recibía en su casa. El niño siempre detrás de su Maestra ataviada, en esta ocasión, con unos sarcillos grandes de gitana, naranja con lunares negros, collar y pulseras a juego. Las horas de la tarde pasaron lentas, se les echó la hora encima. Allí quedo un pendiente pero el tren se cogió a su hora. Lento el tren en dirección a la frontera. La noche, una vez más, se deshizo al alba entre silencios, miradas y palabras. Irún y Hendaya. Trasbordo.
Hacia el medio día en Asté, esa aldeíta al pie del Tourmalet donde se mira para saber el clima que va a hacer. Su enclave lo hizo un camino frecuentado para los refugiados españoles del 39. Bastantes se quedaron por esta zona y se les podía seguir el rastro por su apellidos y nombres en restaurantes, negocios y todas las profesiones.

Marianito, católico practicante, creía en el don de lenguas, estaba seguro de entender la palabra de Dios en la iglesia del pueblo. El primer domingo se levantó muy temprano, se arregló con las mejores prendas, desayunó con la familia y le indicó que iba a misa. Lo miraron con primor, no preguntaron nada sólo que si quería que lo acompañaran. El mozalbete orgulloso se negó dándose aires de seguridad y autonomía. Marchó al templo, entró empujando el gran portón de madera que chirrió al abrirse, dirigiéndose algunas miradas hacia ella. Marianito se sintió sobrecogido. Intentó comprender las palabras del sacerdote. Definitivamente su timidez le venció y se produjo la primera fractura en sus creencias religiosas. Apesadumbrado volvió a la casa, miró sus dos plantas, suspiró profundo y entró a la casa.

Fue una liberación para él. Fernande preparaba unos aperitivos, Marie corregía textos con esas diminutivas palabras imposibles, en su cama, bajo el edredón granate de plumas. Toda la cama un escritorio. Llamó Marianito a la puerta, tras ella esa voz cantarina le decía –Si, y allí estaba, con su sonrisa esperando que le contara si había entendido al cura en la misa. No preguntó, nuca lo hacia. Le pidió al niño que le ayudara a ordenar un poco los papeles, la correspondencia que portaría Marinet…entonó una cancioncilla popular andaluza, versionó la letra incluyendo un par de versos para narrar la situación presente y no habiendo acabado de cantar, Marianito le dijo:
-No es verdad, no existe esa lengua universal. Tal vez Dios no está en las Iglesias.
Marie no cambió su sonrisa, le susurro que fuese a sentarse con Paul en el jardín-huerto; la cabeza pelirroja del chaval se movía afirmativamente, y sin dejar de moverla salió al jardín, se sentó junto a Paul.
Éste le puso un vaso y se lo llenó de vino comprado en el bar-tienda de sus primos.
- bebamos, amigo, y hablemos de estas cosas.

Después salió Fernande con los platos ya preparados y la última en incorporase Marie. Una manera simple de aceptar que no existe Dios, pero que hay muchas formas de pensar distintas.

Se embarcaron en un largo viaje de un mes recorriendo la geografía francesa en ferrocarril. En él viajaban todo el tiempo, pero -¡siempre esta María!- solían hacerlo en el vagón del correo. Compartían comida y conversación con el funcionario, del que terminaban haciéndose amigos. En más de una ocasión María animaba al niño para que cantase y se echase unos bailes con aires flamencos y por supuesto, lo hacía.

Cada viaje una aventura. El cuartel de Avignon con sus órdenes por altavoces en alemán, el amigo objetor encarcelado que sufría de vejaciones continúas. Veladas políticas que terminaban en poéticas. Ateos, católicos, protestantes, musulmanes, perseguidos por la justicia, el Larzac, Gallego-catalana-vasco-parlantes, socialistas, comunistas, anarquistas, todas las nacionalidades… para un hijo del Franquismo, no podía haber mejor escuela.
Ese aprendiz en la vida interiorizó la riqueza de lo diverso, de lo múltiple, de lo distinto. Que tras todas esas máscaras en la vida siempre están los seres humanos y eso es lo importante en definitiva.
Asté recibió a más miembros de la familia incluidos a Mariano y Matilde que hicieron lo que se podía llamar su viaje de novios, cuarenta años más tarde.


¡Asté, siempre Asté!


IV


La edad avanzaba, las enfermedades atacaban y hacían desaparecer a Paul y Mariano.
La muerte era una cosa que se tenía que aceptar como consecuencia natural de la vida y así se intentaba en ambas familias. Hay vacíos que son imposibles de llenar ni de olvidar a quienes producen ese afecto.

Marie Laffranque seguía escudriñando sobre la realidad social. Su mirada siempre heterodoxa le hacía trabajar sobre el occitan, el gallego y cualquier otra cultura y lengua. Su capacidad de mimesis con lo otro distinto de sí no encontraba nunca límites.

Toulouse, la ciudad roja con enseña violeta.

Daría para hacer todo un volumen inacabable las infinitas anécdotas en la ciudad del Garona. El crisol de amistades era ya inabarcable por su geografía humana.

Al igual que en Granada, en la casa de los Laffranque de la rue Brouardel todo el día era un trasiego de personas impares y de personajes de lo más variopinto. El orden burgués y afrancesado de la casa familiar no era incompatible con la adopción de otras formas de vida en otros hogares, barrios o pueblos.

Rastreando la historia contemporánea de la ciudad se entiende esa pluralidad cultural e intercultural que se respira. Los Laffranque comprometidos siempre, no eran ajenos a las circunstancias actuales en las que vivían. Y María con su alegría, con su eterno vitalismo, no cejo nunca en contribuir con su acción a mejorar las vidas de todas y todos los que la rodeaban. Siempre atenta al desheredado, a la maltratada, a la marginalidad que produce un Estado mal distribuido. Contra la pena de muerte. Contra toda injusticia por muy pequeña que fuera. Actuar siempre sin perjudicar a nadie ni a nada, me decía, Amar por ser el amor una necesidad básica del ser humano.

Después de celebrar el centenario de Fernanda y aquella larga despedida Mariano volvió a encontrase con Marie tras la muerte de esa maravillosa mujer que fue Fernande Laffranque. En silencio prepararon los sobres, en silencio levantaban las miradas para poder consolarse. El silencio sólo lo cubría su presencia en el recuerdo.
La ausencia de Fernanda se sentía por todo el inmueble, todo parecía más envejecido, como si la casa no quisiera decir nada ahora de quienes la habitaron. Ya había pasado con el garaje tras la muerte de Paul. Ahora ya todo era polvo recubriendo todas las superficies, las arañas iban bordando tela por los muebles, por las contraventanas de madera. También al ropero llego esta dejadez. Debajo de ese envejecimiento, quitado ligeramente con la mano, el perfume de Fernanda cubría por última vez, la pequeñita estancia.

Las comidas ya no eran más que una lata de sardinas y algunas hojas de lechuga. Todo austero, estoico, como para mantener el dolor del alma a raya, para poder mantener una cierta ataraxía en el espíritu desolado.

Aturdidos en los momentos se despidieron. Entonces Mariano dejar salir las lágrimas retenidas todo el tiempo. Era una lección aprendida de Matilde, la amiga de toda la vida.

Cinco anos más tarde - así que pasen cinco años – un telegrama hizo a Mariano dejarlo todo en su ciudad y volar hasta la mortecina habitación de un hospital.

Ahora la habitación del hospital era el lugar donde todos volvían para verla, no para visitarla, ella así no lo quería. Preguntaba por las dificultades, por los familiares, por el amor. La habitación cubría su frío por que aún le quedaba un hálito de vida y era suficiente como para hacer a Mariano cocinar tortilla española no sólo para ella, eso hubiese sido un delirio, sino para todo el equipo de trabajadoras y trabajadores de la planta. Y claro, la hizo y se comió por toda la planta y todas, todos los visitantes de ese día.


V

Le estaba leyendo una historia de quema de libros en Bibrambla por edicto católico cuando la puerta verde-frío se abrió delicadamente, una voz dulce preguntó en francés, con un cierto canturreo gallego, si podía pasar. María inmediatamente hizo un gesto para que Mariano dejase de leer. Emocionada le decía, con un delicadísimo chorro de voz, que era Fátima de la que llevaba hablándole años. Tras ella María con su sonrisa y los besos; e inmediatamente las risas entre todas. Por un momento, olvidado todo el cansancio de días, toda la amargura de la agonía.

Murió la maestra. Pero la muy pillina sembró semillas que comienzan o continúan dando su fruto: amistades intemporales.

Otra lección dada con su muerte, que no la única.

Y es precisamente la Casa Gallega de Toulouse la que hoy rinde este homenaje merecido a una amiga de todos los pueblos, es decir de sus gentes.

En nombre de María La Gamberra, en el de Matilde y en el de todas y todos, muchas gracias.

Salú y Alegría

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